lunes, 24 de enero de 2011

Escribir sin pensar

Anoche fui uno de los soñadores que intentaba otear qué pasaba en la vida de los otros. Sin llegar a descubrirlo viajé solitario hacia rutas salvajes y conocí que pasaría si este fuese un mundo feliz. Los soldados de Salamina me asaltaron y me mostraron el camino aquel que Dorian Gray usaba para no envejecer.

Y es que nunca me gustó ser un engreido pero en lo más hondo de mí sigo siendo un yonki infiel que no deja de bajarse al moro para buscarse la vida. Entonces tú me llamaste amor y yo cogí un taxi que, tras atravesar cien años de soledad, me llevó a tus brazos. Allí encontré una historia interminable en la que la nada no invadía todo, sino que el nihilismo no existía porque nadie le dejaba.

Corría el año 1984 y, aunque no estaba ni pensado, nací tres años después cuando jugando a la rayuela parisina rugía uno de los lemas del 68: Prohibido prohibir. ¡Qué bonito el arte bohemio de evadirse psicotropicamente! Absenta querida: tu dulce sabor a anís me repugna, la última vez que besé tus labios en el Moulin Rouge acabé por vomitar un Cabaret chicano salido de los bajos fondos de la Habana. Y no soporto creer que no puedo ser como el jovencito Frankestein, y tener una pequeña Igor femenina que me sirva (y me baile) el ultimo suflé (cuplé).

Conseguí descubrir el mecanismo de la máquina de follar y mil cretinos se sirvieron de ello. Pero es el hombre en busca de sentido el que consigue ver a través de las nubes y contemplar al hermano sol y a la hermana luna. Lo sabía, y no lo conté como lo contaron todos ellos. Porque hay mil historias que escriben una vida igual que hay mil vidas que escriben una historia. Estas son algunas de las que me dejaron el corazon tan blanco que ya no se me olvida qué bello es vivir ni me asombro de que amaneza... que no es poco.

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